Ella tenia el rostro de una mujer cansada, abrumada, palideciendo en verano a su color interno, intoxicada de medicamentos necesarios para su padecer. Llegaba hacia instantes con la alegria de tener la vida en sus manos. Dos pequeños varoncitos que apenas caminaban bien extendian sus brazos demandando el lazo unico e inquebrantable que un niño con su madre puede tener, en ese acto estrecho ella destellaba su amor y su brillo, pero ese pequeño esfuerzo corrompia la fragilidad de su cuerpo. Abrazada a ellos la energia aumentaba, el cansancio se iba, la sonrisa se dibujaba y los ojos pesaban flameantes como si le costara ver.
Su cabello fino, negro, corto, poco, algunos suaves hilos dejandose caer cuando el viento la atrapaba fuerte.
Los juegos de la plaza eran la salida urgente para que sus niños derrocharan la energia que ella no podia contener. El sol acompañaba, la bañaba, la revitalizaba. Otra mujer la acompañaba mirando sus otros dos hijitos que desde mas lejos subian, corrian, trepaban, con la intrepida y aventurera intencion de que el recreo veloz valiera mas que un simple rato, mas que un simple momento de sol, mas que una simple evasion de algunos ratos de dolor.
En esa tarde ese momento, es solo un instante de vida, esa foto que queda en la memoria. Un instante de impresion, como huella de perpetuidad para no olvidar jamas que alguna vez siendo fragil fue fuerte y valiente. Que alguna vez, sus niños vivieron una realidad maquillada en el dolor de su propio cuerpo herido. Que alguna vez el junco se volvio tronco de arbol con enormes brazos y hermosas hojas.
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